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La medicina de la osa


Finales de otoño.

El invierno se viene asomando en la tierra escarchada, en el frío de las manos y de la nariz. En la noche ocupando su espacio.

En el anhelo de encender el fuego, de cobijarnos...

¿ Lo sientes ? ¿ Qué te pide el cuerpo ?

¿ Y el Alma ?

Desde hace unas semanas a mí me pide retiro. Si pudiera, alargaría muchas mañanas el momento cama hasta que la luz apareciera. Si pudiera, me quedaría , algunos días en pijama conmigo a solas, en silencio. O me vestiría cómoda y bella

para hacer mucho menos de lo que hago.

Dedicaría el tiempo a descansar, tejer, estirar mi cuerpo.

A reconocerlo con caricias bajo el edredón.

Y no es depresión, es invierno, es medicina.

Todo en la Tierra bajó el ritmo. Los árboles dejaron caer todas sus hojas. Solo cuándo brilla el sol cantan los pájaros. Los insectos no revolotean.

Dejarse caer es medicina. Cuándo sostenernos es un esfuerzo, dejarnos caer es la solución.

Nos da miedo parar, caer... hemos sido concebidas, gestadas, paridas y educadas en una sociedad industrializada. Y en la industria parar no es una posibilidad.

Pero antes que industria somos naturaleza, muchísimo antes, somos animales con consciencia de ser. Y en nuestra memoria está el cobijo, la hibernación, la necesidad de visitar el inframundo, de desprender la piel muerta.

Cuando aprendes a dejarte caer, sabes que lo necesitas de forma cíclica y lo haces. Entonces levantarse se convierte en una danza, en arte.

Todo esto que te cuento lo sé por experiencia en mí y en las personas que he tenido la suerte de acompañar en sus procesos.

Para llegar a ese espacio de intimidad que tanto anhelamos, hay que quedarse a solas. Solo cuando lo encontramos en nosotras lo podemos compartir con otra persona.

A veces hay que atravesar una puerta muy estrecha, una grieta en la roca, una rendija... y esto tal vez es lo que más asusta. Nos asusta lo que podemos encontrar porque en primera instancia nos ponemos en contacto con todo el ruido, el bullicio no atendido acumulado en nosotras. Descubrimos una mente llena de monos saltando de un lado a otro. Una emoción intensa nos sorprende. O una sombra nos acecha...

Si nos atrevemos a atravesar esas primeras capas, si nos mantenemos en el propósito de quedarnos aquí, con lo que hay, la belleza que se despliega llena todo el espacio que va quedando vacío al mirar, a escuchar, al sostener, al soltar...

Y yo estoy aquí, muy cerca a la cueva. Te ayudo a entrar, te ofrezco herramientas para deshacer los nudos que encuentres, te llevo el alimento sano y nutricio. Y te acompaño en el tránsito para que sea dulce. Escucha, Movimiento y Naturaleza para integrar lo vivido.

De la cueva al mundo.

Y sí, esta práctica nos hace más blanditas, más permeables, porque en ella van cayendo las corazas. Y tal vez sintamos más el dolor que nos causan algunas cosas, hábitos antiguos, relaciones tóxicas, estilos de vida... a la par la sensibilidad al placer, al amor, a la belleza. la apertura a la sorpresa, a los regalos sencillos que recibimos solo por el hecho de estar vivas aquí en este planeta redondo y hermoso se amplía.

Y cómo estamos cultivando amor en nosotras mismas seguramente nuestra vida empiece a transformarse, o al menos la visión, la percepción de esta.

Entiendo el miedo al cambio, yo misma lo experimenté antes de dar el primer salto.

Pero ¿Cuánto tiempo llevas esperando a qué suceda?

La protagonista de tu vida solo puedes ser tú.

En la Sierra Oeste de Madrid tienes cobijo para experimentar la paz que solo puedes encontrar dentro de tí.

Te espero con los brazos abiertos. Te recibo con la alegría de saber de tu valor. Y celebro la certeza de saber que cuando sana una persona, sanamos todas.

Gracias por hacer este espacio para que llegue a tí.

Te dejo una canción que acompaña este honrar la vulneravilidad.

Gracias Pedro Pastor por tu sensibilidad expresada y compartida.





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